Nadie ya les cree. Se lo ganaron a pulso mintiendo tantos años. Con persistencia, adulterando sin límites la realidad, despilfarrando tiempo y dinero en su propaganda impostora. El recuento completo exigirá miles de páginas y horas de labor que no corresponden a un artículo de opinión como éste, el cual debe reducirse al enunciado de algunos casos relevantes: La afirmación de que a los niños indígenas les cortaban las manos y les sacaban los ojos si aprendían a escribir y leer; La simulación de hechos base de represión y vulneración de derechos humanos; entre ellos, Porvenir, Hotel las Américas y golpe de Estado que nunca existió, sobre la base de lo que se apresó a gente inocente. La tergiversación de la historia borrando de ella personajes y sucesos siguiendo el modelo estalinista, como la vida y participación de Filemón Escóbar en el movimiento obrero minero boliviano en libros editados y publicados con dineros públicos, o como el fraude electoral perpetrado en 2019. La apropiación de méritos falsos como la bonanza económica del periodo 2006-2014, originada según ellos en sus fantásticas políticas y en la genialidad de quien hoy parece no tener idea remota de la conducción económica del país, cuando se debió a la elevación de precios de las materias primas en el mercado internacional. Los informes sobre el mejoramiento de los índices de desarrollo humano --con la complicidad de funcionarios de organismos internacionales--, incluyendo la supuesta derrota del analfabetismo, cuando se constata que son muchos, --incluso autoridades del más alto nivel--, quienes no saben leer, y la prueba inconsistente de la mera migración de la población rural a las ciudades respecto del acceso automático --por tanto, falso-- a servicios de salud, educación y saneamiento básico. La proclamación de que la reserva moral del país llegó al poder en 2006, cuando desde entonces se produjo la mayor corrupción e incremento de la criminalidad de la historia de Bolivia en un marco de impunidad debido a la subordinación del Órgano Judicial al poder. La declaración de los derechos de los pueblos indígenas para vulnerarlos sistemáticamente, como en el caso del TIPNIS, de las afectaciones ambientales a territorios indígenas y de la manipulación descarada de la representación indígena por intereses sectarios. El discurso defensor de la “Madre Tierra” mientras legalizaron la quema de bosques y la deforestación, y la protección a los envenenadores de las fuentes de agua como efecto de la minería. Las leyes dizque protectoras de las mujeres mientras continúa la depredación impune de niñas y adolescentes, se incrementa la violencia y campean la trata y tráfico. La consigna de que somos “el país de la industrialización” cuando la única industria es la blanca, la negación de la falta de dólares, de gasolina y diésel, de la recesión y el desempleo. La sucesiva declaración de que ya no hay gas ni dinero anteayer, y que abundan, ayer.

Por: Gisela Derpic