Los movimientos sociales en Bolivia han sido actores fundamentales en la configuración del panorama político, especialmente en las últimas dos décadas. Desde el ascenso del Movimiento al Socialismo (MAS) con Evo Morales en 2005, los movimientos indígenas, campesinos y obreros pasaron de ser fuerzas contestatarias a actores clave dentro de la estructura estatal. Esta evolución no solo refleja un cambio en la dinámica política del país, sino también una redefinición del papel de estos movimientos como instrumentos de transformación democrática y desarrollo.

Bolivia tiene una larga historia de movimientos sociales que, a lo largo del siglo XX, lucharon contra la exclusión, la opresión y las políticas neoliberales. El ejemplo más emblemático es la Central Obrera Boliviana (COB), que desde la Revolución de 1952 se consolidó como una fuerza clave en las demandas de los trabajadores. En las últimas décadas, su protagonismo ha sido compartido con otros actores, como las organizaciones indígenas y campesinas, los cocaleros y las juntas vecinales urbanas, especialmente en la ciudad de El Alto.

El denominado ciclo rebelde (2000-2005) marcó un hito en la historia reciente de Bolivia, con protestas que resultaron en la renuncia de dos presidentes y en el rechazo a políticas neoliberales. Las luchas por la nacionalización de los recursos naturales y la redistribución de las riquezas generaron una alianza entre los movimientos sociales y el naciente MAS, que fue clave para la victoria de Evo Morales en 2005.

Esta alianza transformó la política boliviana, incorporando a sectores tradicionalmente excluidos, como los indígenas y campesinos, al corazón del poder estatal. El ascenso del MAS y la consolidación del Estado Plurinacional en 2009 marcaron el inicio de un nuevo tipo de relación entre el Estado y los movimientos sociales. Desde entonces, estos actores han pasado de ser fuerzas de oposición a estar integrados en las estructuras de poder. Esto ha generado una institucionalización de los movimientos sociales, quienes se han visto en la encrucijada de mantener su autonomía crítica mientras colaboran con el gobierno en la implementación de políticas.

Sin embargo, esta cercanía con el poder ha traído consigo nuevos desafíos. La cooptación de ciertos movimientos por parte del Estado ha debilitado su capacidad para actuar como fuerzas independientes y críticas, lo que ha generado tensiones internas. A pesar de ello, la importancia de estos movimientos en la política boliviana contemporánea sigue siendo innegable, no solo por su capacidad de movilización, sino también porque representan a sectores mayoritarios de la población, como los campesinos, indígenas y trabajadores.

Uno de los grandes retos de los movimientos sociales en la actualidad es trascender el papel de actores de resistencia y convertirse en verdaderos motores de desarrollo. Para ello, es necesario que estos movimientos se cualifiquen en la gestión pública y en la implementación de políticas de desarrollo que no solo respondan a sus demandas inmediatas, sino que también contribuyan al fortalecimiento del Estado y al bienestar de la sociedad en su conjunto. Esto implica no solo participar en el poder, sino también gestionar de manera eficiente los recursos públicos, fortalecer las instituciones democráticas y promover políticas inclusivas que respondan a las necesidades de la mayoría. La formación y cualificación de líderes sociales es fundamental para garantizar que los movimientos sociales puedan desempeñar este rol de manera efectiva.

De cara a las elecciones de 2025, Bolivia se enfrenta a un panorama político complejo. El MAS, que ha sido el principal partido político vinculado a los movimientos sociales, enfrenta desafíos internos y externos. Por un lado, algunos movimientos sociales, que inicialmente apoyaron al MAS, han comenzado a distanciarse debido a la falta de autonomía y la cooptación por parte del Estado. Por otro lado, la oposición política busca capitalizar este descontento, lo que podría fragmentar el voto en las próximas elecciones.

En este contexto, la participación de los movimientos sociales en las elecciones de 2025 será crucial para definir el rumbo del país. Si bien el MAS sigue siendo una fuerza dominante, los movimientos sociales deben reflexionar sobre su rol en este nuevo ciclo electoral. La clave estará en su capacidad para reorganizarse, fortalecer su autonomía y cualificarse como actores de desarrollo, capaces de influir en la política no solo desde la movilización, sino también desde la gestión del Estado.

Los movimientos sociales en Bolivia han evolucionado de ser actores marginales a protagonistas en la política nacional. Sin embargo, para consolidar su papel como motores de transformación y desarrollo, es necesario que se doten de nuevos liderazgos a la altura de los nuevos tiempos, con alta representatividad, pero no menos capacidad de gestión. Solo esto garantizará que, en el futuro, convivan entre la representación de los sectores populares y la administración del poder; de lo contrario, podrían nuevamente sufrir la marginación en un eventual cambio en las preferencias electorales del próximo año.