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A pesar de haberme preparado hace muchos años para la eventualidad de un conflicto armado, como exsoldado del Batallón Blindado Tarapacá, sigo siendo un firme defensor del carácter pacifista de nuestra Constitución Política del Estado. Quizás por ello, en los últimos días, ha rondado en mi mente la idea de autopercibirme como indígena para evitar morir en la lucha que ha anunciado el vicepresidente del Estado, David Choquehuanca.
Este absurdo devaneo, que podría desencadenar un innecesario debate entre psicólogos sociales y activistas de las nuevas formas de autopercepción —formas que no solo deben ser aceptadas por quienes las practican, sino también por su entorno—, se ha instalado en mi pensamiento debido al aterrador discurso de la segunda autoridad más alta del país.
Admito que esta idea, que apenas la esbozo, es casi absurda. Sin embargo, estoy convencido de que debo expresarla porque es parte de la realidad que vivimos y que, en un pacto de silencio cómplice, preferimos ignorar. Basta ya de pasar por alto las sandeces que dicen las más altas autoridades del país, permitiéndoselas sin cuestionarlas solo porque provienen, como en este caso, de un indígena. Han pasado tres lustros desde que asumieron el gobierno; ya no es admisible tanto atropello.
“Nuestra lucha es contra los q’aras, hermanos, no es entre nosotros”, dijo en su discurso Choquehuanca, el pasado 1 de junio, en el Congreso de la Federación “Tupac Katari” en El Alto. Es decir, Choquehuanca abiertamente declara, sin siquiera incomodarse, que él y sus seguidores pretenden hacer desaparecer de Bolivia a quienes no somos indígenas.
Con certeza, cualquier q’ara que dijera lo mismo en sentido contrario no solo sufriría una fuerte condena mediática, sino que también sería encarcelado en Chonchocoro por racista. Pero no, al vicepresidente, que es indígena, hay que tolerarlo. Además, si se le pidiera una retractación, él diría que no lo han entendido, que han sacado sus palabras de contexto, y apelaría a su filosofía aymara, arropada con explicaciones, que lo eximirían de tal cuestionamiento.
Lo paradójico es que, además de lanzar semejante exabrupto, en su discurso Choquehuanca complementa que la lucha es contra el racismo. Un contrasentido absoluto. Aunque calificar esta dicotomía como un simple desacierto podría ser refutado por ciertos estudiosos del racismo, entre ellos algunos q’aras, esos que siempre se manejan en la cornisa, empeñados en encontrar racismo en las más mínimas señales, pero solo en una de las aceras. Ellos, seguramente, tendrán también una propia explicación sobre el discurso de Choquehuanca.
Quienes hemos vivido en tiempos difíciles, tanto en este siglo como en el anterior, somos muy conscientes de que hubo discriminación hacia los indígenas. Sin embargo, la llegada de Evo Morales abrió una nueva mirada, una de entendimiento, que hoy algunos han adoptado como un tiempo de revancha y odio. Así, nunca construiremos un Estado plurinacional basado en el respeto entre sus habitantes.
Es como si los íberos o los celtas —finalmente los celtíberos en España— quisieran hoy todo el territorio solo para ellos, simplemente porque fueron los primeros habitantes. ¡Absurdo! Muchos aún tienen dificultades para entender la construcción de nuevas sociedades multiculturales y multiétnicas.
El MAS, como movimiento, aunque tenga poco espacio para la reflexión académica, debe comprender que en 14 años no solo que no ha mejorado la vida de los indígenas, sino que además les ha robado con el malhadado Fondioc. Pero aún tienen un resquicio de tiempo para reenfocar su mirada.
Cualquier propuesta política para el futuro inmediato debe partir del análisis de caminos que eviten una lucha fratricida y que, en cambio, busquen la reconciliación y el reencuentro. De manera simultánea, se debe estudiar una vía socioeconómica que nos conduzca a un mejor derrotero.
A David Choquehuanca, a quien conozco y he apreciado como ser humano y autoridad, le digo que siempre hay tiempo, no para abandonar un pensamiento de reivindicación indígena, pero sí para renunciar a pensamientos atávicos.
Por: Javier Viscarra Valdivia