Juan Evo Morales Ayma pudo pasar a la historia como el Mandela boliviano, pero perdió esa oportunidad para siempre.
Llegó al poder ganando elecciones por mayoría absoluta y logró convocar a una Asamblea Constituyente con la que se puso en vigencia una nueva Constitución. Pudo ser conciliador, como Mandela, pero eligió el camino de la confrontación. Es su estilo, una tendencia que no ha hecho más que empeorar con los años.
Mandela fue comunista y el objetivo principal de su lucha fue eliminar el “apartheid”, que dividía a Sudáfrica por supuestas razas. Su activismo le valió cadena perpetua, pero la presión internacional logró liberarlo tras 27 años. Participó en las elecciones y también ganó por una mayoría absoluta que le permitió cambiar la Constitución de su país. La gran diferencia con Morales es que el sudafricano fue tan conciliador que incluso admitió a su antecesor en su gobierno.
Por el enorme respaldo que tenía, Mandela pudo hacerse reelegir, pero optó por gobernar solo un periodo, de 1994 a 1999. Cumplido su mandato, se retiró a la vida privada, aunque volvió a la política, no para gobernar de nuevo, sino mediante una fundación que le sobrevive.
Evo Morales no solo gobernó por un periodo sino varios, de manera continua, y, cuando quiso modificar la Constitución para volver a postular, la mayoría boliviana le dijo “no”. En lugar de respetar la voluntad popular, pasó por encima y eso le costó una insurrección popular que consiguió sacarlo del poder.
Si Evo y sus seguidores no tuvieran su evidente tendencia a la violencia, hubieran dejado pasar un periodo para que su líder se postule nuevamente, pero, por lo visto, no quieren dejar el poder ni siquiera por instantes. Eso ya no es política, sino algo más que merece analizarse hasta psiquiátricamente.
Desde su nombre, el MAS se autodenomina socialista, pero sus métodos, caracterizados por un evidentemente autoritarismo, son otros y se aproximan más al fascismo de Benito Mussolini. Como recordó mi colega y paisano Andrés Gómez en su último artículo, Mussolini organizó la marcha sobre Roma en 1922 que tenía el objetivo de conseguir la renuncia del entonces primer ministro de Italia, Luigi Facta. La marcha logró su propósito y Mussolini ascendió al poder que no soltaría hasta que también lo sacaron por la fuerza.
La marcha a La Paz que terminó el lunes fue muy parecida a la marcha fascista italiana de 1922. Más allá de los líos entre evistas y arcistas, los principales damnificados fueron periodistas que sufrieron la furia de los marchistas. Su odio y cobardía llegó a tal extremo que incluso golpearon salvajemente a una mujer.
El fascismo promueve el nacionalismo y la movilización de las masas, que son los métodos del MAS, que usa el indianismo como base ideológica. Con ese antecedente, es obvio que esa organización política, sin distinción de “alas” no es socialista, sino fascista.
Ahora, el fascista MAS está dividido. Uno de sus líderes, Evo Morales, busca tumbar al otro, Luis Arce, porque está desesperado de volver al poder. Lo patéticamente irónico es que la marcha fascista a La Paz fue denominada “para salvar a Bolivia” cuando los hechos demuestran que, en realidad, ese partido la está hundiendo.