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Es una buena noticia. Las medidas tomadas desde círculos oficiales y por los productores dieron resultado positivo. La libra de este producto se puede encontrar hasta en dos bolivianos con cincuenta centavos, aunque en general, la libra cuesta tres bolivianos. Es un alivio para la economía familiar.
Es posible lograr algunas conclusiones de este fenómeno. En primer lugar, las autoridades no pueden siquiera pestañear en la lucha contra el contrabando interno. Se sabe que, en los países vecinos, los precios de los alimentos son más altos que en Bolivia, lo que alienta a que personas inescrupulosas acumulen grandes volúmenes de ciertos productos para sacarlos subrepticiamente del territorio nacional y lograr ganancias. Dinero mal habido, pues quienes se dedican a esta actividad ilegal no pagan aranceles de exportación, ni —de pronto, lo más importante— hacen este comercio después de que se hubiera garantizado el abastecimiento del mercado interno, que debe ser el objetivo del Gobierno.
En segundo lugar, se debe considerar que cuando se presenta la escasez de algún alimento o bien cualquiera, de inmediato surgirán voces que llamarán hasta a la insurrección. Estas demostraciones de demagogia política son las que más daño causan a toda la población, pues al repetirse una y otra vez la cantaleta de que “no hay tomates” o “el tomate está por las nubes” se alienta un mayor encarecimiento, si cabe. Y quienes mayores perjuicios sufren son los estratos sociales de menores ingresos, pues su capacidad adquisitiva se merma más aun.
En tercer lugar, es preciso entender que solamente hay una manera de frenar esta actividad delictiva y es la simple aplicación de las leyes en vigencia. Cuando un contrabandista sea enviado a la cárcel, otras personas comprenderán que hay mejores maneras de ganarse la vida y preferirán hacerlo al amparo de la legalidad. No hay mejor medida que el escarmiento, siempre apoyado en la normativa nacional.
El arroz es otro producto que últimamente no es fácil de encontrar, pues gente inescrupulosa acopió el grano en cantidades que no se justifican. Es necesario identificar a quienes lo hacen y procesarlos como corresponde. No vaya a ser que un plato cubano se convierta en un artículo suntuario, como sucedió en algún momento con la tradicional y querida llajua boliviana.