Se ha pronunciado el electorado de Estados Unidos. Donald Trump, un exponente de la ultraderecha estadounidense y mundial, vuelve a la Presidencia de la potencia mundial.
Multimillonario y ultraconservador, durante su primer mandato se materializó un proyecto del demócrata Bill Clinton: Concluyó la construcción de un muro de casi 600 kilómetros de extensión junto a unos 800 kilómetros de barreras para impedir el paso de migrantes ilegales entre los países de Latinoamérica y el coloso del norte.
A pesar de la firme posición de los republicanos contra el ingreso de indocumentados a territorio de Estados Unidos, fue durante la administración demócrata de Joe Biden, vacilante y errática, dispuso la deportación de alrededor de un millón de personas, a quienes envió de regreso a su país.
Trump sacó partido de todos los errores de Biden para ganar las elecciones en su país y, pese a todos los problemas —cuando no delitos— en los que incurrió el ahora reelecto antes de abandonar la Casa Blanca, volvió a imponerse en las urnas.
Hay que admitir, en todo caso, que las diferencias políticas e ideológicas entre republicanos y demócratas son apenas de matices. Ambas organizaciones son furiosamente procapitalistas y apuntan a concentrar todos los beneficios del mundo para su país, en una acción que algunos llaman imperialismo.
No hay que olvidar que cualquier manifestación de izquierda en Estados Unidos es reprimida por ley. Ser progresista, siquiera, es un delito.
Bajo esas consideraciones, América Latina tiene poco que esperar de esta nueva gestión presidencial en Estados Unidos y, de pronto, temer el apoyo a cierto comportamiento como en su momento fue el indisimulado apoyo a acciones destinadas a subvertir el orden constitucional o establecido, como sucedió en la década de 1970 cuando impulsó las dictaduras militares en el Cono Sur sudamericano, aunque las actuales condiciones imperantes en el continente son distintas a las de hace medio siglo.
Con Trump volverá desembozado el apoyo a las organizaciones conservadoras y proneoliberales de los países de la región, mientras las fuerzas de izquierda en el continente están en franco retroceso por sus propios errores. Son los casos de Bolivia, Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Perú y Argentina.