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  • Aleja Cuevas

Abigail Vargas se ajusta la gran corbata de lazo mientras Harold Bellido prepara su atuendo. Ambos se miran para darse los últimos toques del maquillaje metalizado que emplean para personificar a Willy Wonka y al Pirata para presentar su actuación como las estatuas vivientes en La Paz.

Es un viernes con cielo nublado en la sede de Gobierno, ideal para trabajar, dice Abigail. Junto a su compañero de vida, Harold, lleva tres años acompañándolo en la magia del arte inmóvil. Esta vez, le toca encarnar a Willy Wonka, ya que más tarde estarán presentes en una feria del chocolate.

Otros días, Abigail opta por personajes como la warmisita, mientras que Harold por el paceñito, el pirata o el ángel, comenta su compañera. 

Harold es un artista que se dedica al arte desde hace 14 años; hace teatro y estatuismo hace tres. “Estoy feliz de hacer arte, de transmitir emociones y hacerles pasar un momento mágico; eso nos llena como personas”.

El estatuismo es un arte urbano que se realiza en la calle, conocido también como el arte de la quietud, en el que simulan ser estatuas. Cuando les dan monedas, cobran movimiento.

“Al cobrar vida, cada estatua tiene una intención; no se trata solo de moverse. Previamente, se construye un personaje, y los movimientos son acordes a lo que estamos interpretando. Lo bonito es cuando la gente duda si somos personas o estatuas; esa duda es señal de que estamos haciendo un buen trabajo”, afirma Harold.

La pareja no sólo actúa en espacios públicos, como el paseo de El Prado o las plazas de Cochabamba, Santa Cruz y Sucre, sino también en ferias provinciales como Punata, Arani y Sipe Sipe. Además de festivales y ferias empresariales, como la Feria de Libro de Cochabamba, donde estaban hace algunos días. Harold sostiene que se puede vivir del arte cuando se hace con pasión. También, combina este oficio con la actuación y la escritura de guiones para una productora.

El estatuismo requiere concentración y un manejo adecuado del diafragma, ya que no se puede notar la respiración mientras están en el pedestal durante dos o tres horas. 

“Es todo un arte”, afirman. Sin embargo, es algo que algunas personas critican al desconocer el esfuerzo que implica su presencia en las calles, cuando los califican de vagos o son espantados por los comerciantes que les exigen un carnet.