Indefectiblemente, la historia se encarga de poner las cosas en su sitio. El 21 de diciembre de 1942, hace apenas 82 años, el
Ejército cometió una de las peores atrocidades de las que se tenga memoria. Perpetró la masacre de Catavi. Los uniformados salieron en defensa de los intereses de la Patiño Mines, la empresa del multimillonario que se resistía a incrementar en unos centavos los salarios de sus trabajadores que extraían estaño en las peores condiciones posibles, a grado tal que su esperanza de vida rondaba los 40 años.
El 21 de diciembre de aquel año aciago, una marcha de trabajadores encabezada por una palliri, María Barzola, se dirigía por la planicie que separa Catavi de Llallagua, la población civil más importante de la provincia Rafael Bustillo, en el norte del departamento de Potosí.
De pronto, los militares comenzaron a disparar contra la multitud indefensa. Nunca se podrá saber cuántas personas murieron bajo la metralla criminal. María Barzola fue una de las primeras víctimas de aquella matanza, cuya memoria permitió establecer el Día del Trabajador Minero y aquella planicie pasaría la historia como el Campo de María Barzola.
Enrique Peñaranda, el general y presidente de la República, fue señalado como el principal responsable de aquella matanza de inocentes. Su gobierno, que de alguna manera interrumpió el proceso denominado del socialismo militar, duraría apenas un año más.
Fue derrocado por oficiales jóvenes, cuyo principal exponente, después de la muerte de Germán Busch, era el mayor Gualberto Villarroel López. Estos uniformados forjaron un nuevo sentido de patria en las trincheras de la Guerra del Chaco.
Y la Revolución Nacional demoró 10 años, con la consecuente nacionalización de la minería que estaba en manos, entre otros, de Simón Patiño.
Peñaranda pasó a la posteridad con las manos manchadas de sangre, con la que borró su importante actuación en el conflicto bélico del Chaco y se guarda la memoria de María Barzola con respeto. Es el juicio de la historia, cuyo veredicto es inapelable.