Las pérdidas territoriales que sufrió Bolivia desde 1825 fueron consecuencia de la ausencia del Estado en las fronteras. Casi dos siglos después, ese mismo Estado mantiene esa alarmante tendencia en gran parte del territorio nacional.

Esta situación no solo afecta a las fronteras del país, sino también a poblaciones y municipios ubicados a relativamente corta distancia de las capitales departamentales y ciudades intermedias. En el caso de La Paz, es común observar cómo los pocos policías y las autoridades de Sorata no pueden hacer nada ante la circulación de vehículos sin placa de control, cuyos propietarios, desde luego, no pagan tributos, pese a que transitan por las calles y caminos del municipio. Para estos vehículos, el Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito sencillamente no existe, pero sí cargan combustible subvencionado en bidones en las estaciones de servicio del lugar. Algo similar puede decirse de Caranavi. La lista es extensa y necesariamente incluye a los municipios del trópico de Cochabamba.

Un Estado débil es incapaz de ejercer, no solo autoridad, sino también presencia en puntos cercanos a las principales ciudades del país. Son sitios donde impera la ley del más fuerte.

El triple asesinato de Tres Marías, en el municipio de Yanacachi, a apenas unos 80 kilómetros de La Paz, es otra demostración de lo mencionado. Los comunarios locales exigen presencia policial y seguridad en esa región yungueña, donde ni siquiera hay una antena para la cobertura de internet.

Sin embargo, lo que sucede actualmente en Mapiri supera todo lo imaginable. Se trata de una población, capital de una de las secciones municipales de la provincia Larecaja, en el norte tropical de La Paz, donde se explota oro.

Un atraco a mano armada contra un establecimiento comercial dedicado a la extracción de oro causó indignación general, pues tanto el propietario como su pequeño hijo resultaron heridos. Ante la falta de presencia del Estado, fueron los mismos vecinos del municipio quienes se organizaron para perseguir a los delincuentes. Parecen haberlos acorralado en algún punto de esa región selvática y se cree que hirieron a uno de ellos. Es la ley del más fuerte que, por desgracia, rompe las reglas civilizadas de pacífica convivencia.