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La principal lección que deja el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, al haber anunciado que no va más en la carrera por la reelección, es que en política una retirada a tiempo vale más que una derrota anunciada. Aunque para algunos se trata de una decisión tardía, lo importante es que la tomó y demostró que, para él, hay prioridades nacionales que van más allá de las ambiciones personales.
Se trata de un ejemplo para otros, no solo en Estados Unidos, sino en otras partes, donde hay líderes que quieren seguir en carrera, aunque ya no tengan la fortaleza política, ni el respaldo necesario, lo que no quita que su contribución pasada, como en el caso de Biden, haya sido valiosa en muchos sentidos.
Es lo que pasa con algunos de los liderazgos de oposición en Bolivia. Dieron e hicieron mucho por el país. Es más, la gestión de algunos para evitar que el deterioro democrático fuera mucho mayor fue realmente extraordinaria. A algunos les tocó dar la batalla en la Constituyente para borrar del texto constitucional conceptos como el de la reelección indefinida y otras “lindezas” autoritarias, otros pelearon en las calles para afirmar un No rotundo y finalmente victorioso contra la reelección el 21F de 2016, y también están los que pelearon en las urnas en 2019, a quienes el fraude y posiblemente el diseño de una salida constitucional apurada les obligó a resignar una eventual victoria.
No debe olvidarse tampoco a quienes llevaron la causa democrática de Bolivia por el mundo y denunciaron desde el primer momento que la institucionalidad estaba expuesta a muchos riesgos. En los primeros días del hechizo “popular”, nadie creía mucho en las advertencias y quizá por eso el “monstruo” creció y dejó su huella a diestra y siniestra.
Esas batallas tuvieron nombre y apellidos. El de los expresidentes Jorge Quiroga y Carlos Mesa, que se mantuvieron en el frente a pesar del acoso de innumerables procesos legales y otras injusticias, el de Luis Fernando Camacho, que observa las cosas desde la cárcel, el de la dirigencia cívica cruceña, que tal vez fue la que puso más y padeció mucho por ello.
Todos ellos desempeñaron un papel importante y su contribución histórica tarde o temprano será reconocida, aunque no necesariamente lo sea a través del voto, porque en ocasiones la gratitud corre por tiempos muy distintos a los electorales.
El valor del aporte de cada uno de ellos radica en que dieron la cara cuando había que darla, y que mostraron coraje incluso en tiempos en que sabían que estaban expuestos a la revancha intolerante.
De una manera u otra, se trata de líderes cuyo nombre debe figurar en las páginas de la historia de las luchas por preservar la democracia en Bolivia. Sin ellos, posiblemente el país habría corrido la suerte trágica de Venezuela o Nicaragua, donde tuvo “éxito” el experimento autoritario y atroz de los Maduro, los Chávez y los Ortega.
Con su participación en las elecciones de 2020, Joe Biden, después de décadas de pelear desde el Senado y de intentar llegar a la presidencia, finalmente jugó el papel que debía jugar en una circunstancia delicada de riesgo democrático, como también lo hace ahora que abre el camino para que sean otras u otros, los que asuman un desafío parecido.
No es fácil que un político dé un paso al costado y menos cuando el objetivo tiene que ver con llegar al poder. Pero es de sabios saber medir las fuerzas y evaluar el sentido del aporte personal desde el lugar que uno mismo ha construido en su historia. La lección de Biden queda ahí, para quien quiera tomarla.
Por: Hernán Terrazas