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Gracias a la invitación de unos amigos muy queridos, fuimos con mi wife a ver “Intensamente 2”, secuela de la película animada de Pixar acerca de las emociones humanas. Últimamente le había perdido el gusto al cine: mucha gente que no apaga su celular, que habla durante la película, que llega tarde… El colmo de los colmos me llegó con el neandertal que entró a ver “El Guasón” dos filas delante de mí, con un oloroso sándwich de chorrellana, porque “estaba en su derecho”.
También, yo prefiero ver las películas en idioma original y siempre te las cobran más caro. Cuando digo que a mí no me gusta doblada, le saco alguna risa malintencionada a un amigo, pero es verdad, soy de la generación que aprendió inglés leyendo los subtítulos de las películas, además entendiendo a la perfección que cuando el personaje dice “fuck you!” no está diciendo “¡vete al demonio!” como lo fuerza la traducción.
Al salir del cine me quedé pensando, ¿cómo serían esas mismas emociones en versión boliviana? Después de todo, la película mostraba la emergencia de nuevas sensaciones durante la adolescencia, y si en algo es generosa nuestra patria, es en brindarnos agitaciones, tribulaciones y exaltaciones cada día: un paro de médicos, una marcha de jubilados, un desfile escolar que te hace correr varias cuadras para llegar a tiempo…
Por eso la contacté a mi amiga Aguaderetama para que me haga una regresión y pueda entrar en contacto con mis emociones internas. En realidad se llamaba Carlota, pero se había puesto ese nombre hippie porque era bieeeen hippie: creía en las energías, las vibraciones, el aura, el reiki, el unagi, el feng shui, el yakimeshi, el teriyaki y el yakisoba.
Una época salimos juntos, pero yo era terriblemente escéptico y ella siempre andaba hablando de que el universo conspira y otras cosas por el estilo. Yo me ponía alarma para siempre mandarle un mensaje a las 11:11 y ella me decía que era mágico, que estábamos conectados por una energía universal y que manifieste, yo le decía que sí, que sí, que claro.
Me preparó un gualicho raro, hecho con ayahuasca, guaraná, clavo de olor y otra hierba que ya no me acuerdo. Me lo tomé para así “conectar con mi ser universal” y comenzar a reconocer a las emociones locales.
Eran muchas y para variar, estaban peleadas entre ellas. La primera que vi fue Preocupación, que estaba viendo noticias para saber si había vuelto a subir el tomate. Me preguntó si traía dólares y le dije que no joda, que no iba a estarle cambiando Franklins a un producto de mi imaginación.
Entró entonces una emoción bella y colorida, bailando como china morena.
–Soy Orgullo– me dijo.
La pude reconocer porque repartía sonrisas y besos, mientras coqueteaba con su pollera. Al darse la vuelta, mágicamente se volvía una reina del carnaval cruceño y se movía al son de una canción de Aldo Peña, como si se tratase de la “trend boliviana” del Tik Tok.
Al seguir caminando, vi a unos hinchas del Tigre y de la Academia, que miraban a una emoción sin poder sacarle los ojos de encima.
–Soy Obsesión– dijo ella.
Al mirarla de cerca, vi que brillaba como el oro, era la Copa Libertadores, la que le quita el sueño a nuestros hinchas. Al dar vuelta la esquina, sin embargo, me encontré con una emoción gris, que traía la camiseta de la selección nacional.
–Soy Desilusión– me aclaró. La abracé muy fuerte, resignado, y seguí caminando. Ahí estaba Resiliencia, que parecía que volvía de trabajar. Se la notaba cansada, sufrida, pero con ojos de tener mucha voluntad para seguir adelante. Una emoción genuina de nuestro país. Más atrás, estaban peleándose Cansancio, Frustración y Resentimiento, pero preferí alejarme.
En ese momento, me encontré con una emoción que estaba en una esquina, temblando, nerviosa, pero sonriente.
–¿Qué me miras?– me espetó, Soy T’istapi. ¡No te hagas al que no me conoces!
–Le guiñé un ojo y seguí mi camino, para encontrarme con Susto, que era una emoción fea y blanca, más blanca que pierna de paceño en invierno, y andaba zarandeando su calzón, llamando al ajayu.
–Nos vemos en octubre, como siempre –me dijo, dejándome… con susto.
Algo me parecía raro. –¿Dónde están Calma y Aburrimiento?, pregunté. Todas se me rieron al unísono.
–Se fueron de aquí, hace raaato, me dijeron.
Al final, antes de terminar el sueño, me encontré con una emoción verde, chiquita, con cara de niña. Era Esperanza, que me guiñó el ojo y me sonrió, dejándome una linda sensación, justo antes de que me despierte y me encuentre a Aguaderetama fumando con otros amigos hippies, escuchando trova con sus poleras del Che y sus ponchos de jerga.
A mí me hubiera gustado ser hippie, pero mis papás no tenían tanta plata. Así que me despedí cortésmente y me fui, inmensamente contento de haberme reconocido en la versión nacional de mis emociones.
Por: Martín Díaz Meave