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La alegría traducida en aires de cueca y huayños que salían de charangos y guitarras de mineros reunidos alrededor de las tradicionales fogatas en la “noche más fría del año” fue violentamente interrumpida al amanecer del 24 de junio de 1967. Esa alegría se transformó en gritos de dolor, lamentos, llanto y muerte.

Aquella madrugada, las calles del campamento minero de Siglo XX, ubicado en el norte de Potosí, se tiñeron de sangre. “A nosotros, que vivíamos en los campamentos del sur de Potosí, nos llegaron los relatos de nuestros compañeros, decían que los morteros llegaron al medio de las fogatas y las brasas. Quemaron incluso a las wawas, los militares actuaron sin piedad al disparar a todos”, recuerda Pablo Copa, exminero y exdirigente del Consejo Central Sur.

Como era costumbre, la noche de cada 23 de junio, se encendía fogatas y alrededor de ella, los trabajadores se reunían para conversar, beber unos ponches y hacer explosionar fuegos de artificio. Decían que, de esa manera, se quemaba las penas y se ahuyentaba a los malos espíritus. Aquel triste amanecer quedó claro que aquellos augurios no se harían realidad bajo la metralla.

Fue durante la dictadura militar de René Barrientos Ortuño que se ordenó el asalto militar a los campamentos mineros de Siglo XX y Catavi, el objetivo era impedir que los trabajadores del subsuelo se reúnan un día después en ampliado nacional, que contaría con la presencia de delegados de otros sectores laborales y estudiantiles.

Paralelamente en el departamento de Santa Cruz, una columna irregular comandada por el Che Guevara tenía a mal traer a los uniformados bolivianos, aunque ese andar ventajoso pronto se diluiría.

En la obra “1967: San Juan a sangre y fuego”, de Carlos Soria Galvarro, José Pimentel Castillo y Eduardo García Cárdenas, se retrata el temor del dictador al movimiento minero, por lo que dispuso que una fuerza militar se acantone en Playa Verde, a pocos kilómetros de Huanuni y, por entonces, a unas cuatro horas en vehículo de Llallagua, la población civil rodeada por los campamentos mineros de Siglo XX y Catavi. Desde allí, los uniformados se desplazaron cautelosamente hasta las montañas que rodean al que por entonces era el principal centro de explotación de estaño del país.

Horas antes de desatar la matanza, tropas acantonadas en Oruro y Challapata se movilizaron.

“Una fracción militar avanzó silenciosamente para posesionarse de la cumbre del cerro que domina Siglo XX, otra, la más fuerte, tomó posición en Cancañiri, la tercera tomó El Calvario, por su parte la Guardia Nacional (así se conocía por entonces a la Policía) ya se encontraba en el centro del campamento minero”, se lee en esa obra histórica.

Cuando los mineros, la mayor parte ebrios y cansados, escucharon las primeras ráfagas y el estallido de los morteros en Siglo XX, las tropas de los regimientos Ranger y Camacho, abrieron fuego a discreción y sin piedad.

“San Juan, ha sido un episodio, mas no ha sido el primero y no el último. Hablar de cómo se han desarrollado esos actos criminales es más o menos referirse a la expresión criminal de los agresores y la resistencia valerosa de los mineros”, manifestó el exdirigente minero, Guillermo Dalence.

El luchador social explicó que aquella masacre de trabajadores fue planificada desde Estados Unidos, porque las empresas de ese país necesitaban minerales y un presunto apoyo de mineros a los guerrilleros les habría causado pérdidas.

“No quería que haya trabajadores mineros que pretendan desarrollar la nacionalización de las minas, que se instalen los hornos de fundición, ellos buscaban que el país solo sea proveedor de la materia prima para que la industrialicen y sean dueños de la tecnología, mientras que nosotros solo sus dependientes y compradores”, dijo.

La masacre buscó reprimir el ampliado, al que confirmaron su presencia representantes de fabriles y universitarios. El encuentro debía realizarse el 24.

El Gobierno temía que en ese encuentro se apruebe una estrategia de apoyo a la guerrilla, con cuya finalidad los mineros aprobaron dar una mita, el equivalente a una jornada de trabajo para apoyar a los insurgentes y un reducido grupo se sumó a la columna.

Por: Wilma Pérez Soliz