En el curso de los días precedentes, se ha desatado una especie de psicosis colectiva y las personas se han volcado sobre los mercados para abastecerse de productos alimenticios, de suerte tal que los precios han sufrido una nueva elevación.

Los esfuerzos del Gobierno han resultado claramente insuficientes para frenar esta tendencia alcista de los precios, particularmente de los alimentos. A pesar de que responsables de la Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos (Emapa) tratan de proveer los mercados populares con carne de res y de pollo, se observó durante el fin de semana que los consumidores deben erogar cada vez mayores sumas de dinero para llevar algo a casa.

Mucho han tenido que ver en este fenómeno las intensas lluvias que caen sobre todo el país y que han inutilizado las vías camineras que unen los centros productores de alimentos con los principales centros de consumo. Más de 500 eventos adversos que han consumido en poco tiempo la cuarta parte del presupuesto asignado para la atención de emergencias.

A ello se suma el estrangulamiento generado por la oposición al no dar paso a la contratación de financiamiento internacional en la Asamblea Legislativa Plurinacional, lo que deriva en una desesperante falta de carburantes tanto para vehículos particulares, unidades de transporte público y, lo que es peor, maquinaria pesada destinada a las cosechas.

En medio de tan apocalíptico panorama, los principales dirigentes de la oposición atacan al Gobierno al que culpan de la situación, sin reparar en que, al igual que ocurrió entre 1982 y 1985, fueron las fuerzas políticas contrarias al Ejecutivo quienes causaron la debacle, traducida en hiperinflación, de aquellos años. 

La gente protesta con absoluta razón, pero no dirige sus reclamos a los verdaderos responsables de esta situación tan difícil, como sucedió en la primera mitad de la década de 1980.

La historia se repita cuatro décadas más tarde.

Esto no excluye la responsabilidad que tiene el Gobierno en este tema. Es imposible que no tenga su parte de culpa, y tampoco se advierte un mínimo nivel de autocrítica en las autoridades nacionales, pero cuando menos enfrenta los problemas con algunas medidas.