Estaba yo tranquilamente rumiando mis pensamientos, sentado en el trono de Atlantis, cuando di con un interesante digesto de filosofía, que hace más fácil entender esta rica disciplina a los mundanos como yo. 

Aquí debo aclarar que con “el trono” me refiero a ese ambiente de solaz y reparo que todos tenemos en la intimidad de nuestro hogar, un sitio que pese a estar cerrado por obligación, por educación y por buen gusto, nos proporciona un espacio para que se abra la mente, se relajen los pensamientos y los músculos, y se tome un nuevo aire (por contradictorio que esto parezca) para continuar con las tareas del día a día. Es un lugar donde mueren los banquetes frugales y nacen las ideas innovadoras, donde ponemos una pausa obligada al fast forward de la vida, donde truenan los valientes y hacen fuerza los cobardes. 

En fin, justo me tocó dar con este breve tratado de filosofía, de modo que en lugar de estar pasando historias en Instagram, me puse a leer, en facilito, varios de los pensamientos de Nietzsche, Spinoza y Platón. Hubo una línea que me encantó y llamó la atención acerca de la ética, en la cual era definida como “la conciencia del otro”. Y me dejó reflexionando, porque, qué demonios, para eso sirve el trono. 

Sip, la ética es saber que el otro existe y tenerlo en consideración, actuar en consecuencia. Me gustó además la etimología de la palabra: la ética es una virtud, algo que hace bella a una persona. En griego, virtud es “areté”, que significa la excelencia de algo. Todo tiene su “areté”, su virtud, que se puede determinar según el “telos”, la función específica que tiene cada cosa. 

Por ese juego de palabras de origen, me imaginé a la virtud de la ética como un arete, una joya, algo que da esplendor a quien la luce y le otorga un brillo particular. Corte al anterior jueves. 

A través de la universidad, recibo para mis alumnos la convocatoria a un concurso publicitario relacionado con el desarrollo del turismo. Me quedo pensando en lo lindo que sería para el país explotar la famosa industria sin chimeneas, haciendo que el resto del mundo conozca nuestro país y sus atractivos, lucrando así sin necesidad de afectar al medio ambiente, a ver si evitamos también que tilines y otras alimañas se enriquezcan ilícitamente a nuestra costa. Paso la convocatoria, esperanzado en que mis pupilos hallen ideas creativas que impulsen la imagen de nuestro país. Nuevo corte, esta vez al viernes en la noche. 

Mi sobrina debuta como bailarina en el Teatro Municipal, por lo que vamos en familia a verla y aplaudirla. Al salir, nos vamos a comer a un restaurante de El Prado y me estaciono en la acera del frente, donde hay una discoteca. Horas después, al salir, veo que hay varios taxis parados en doble fila, bloqueándome, por lo que le pido por favor al conductor que me corta el paso pueda moverse. 

Entro al auto. El conductor no se mueve. Mi esposa, desde afuera, me mira y mira al taxi con mal talante. Salgo del auto. El taxista no solo no se ha movido, mira a otro lado. –Jefe, ¿me da campito por favor? –Repito exactamente lo que le dije un minuto antes. El conductor, cruzado de brazos, me responde: –Si me muevo pierdo mi lugar. Sin mucha paciencia, busco al taxi que le sigue en la fila y le pido por favor que no se adelante. 

Le hago la aclaración al primer conductor, a esas alturas, para mí, Rey de El Prado, Conquistador de la Calzada Paceña, Soberano de las vías, para que en su infinita magnanimidad, me permita salir de mi estacionamiento, de manera que no me quede allí hasta la madrugada, seguramente la hora en la que la discoteca se vaciará y el monarca de la avenida me permita volver a mi hogar. 

Al llegar al mismo, ocupo nuevamente el trono y me quedo pensando en el turismo, en lo poco preparados que estamos para dar la bienvenida a los visitantes a nuestro país, dado que no podemos ser amables ni con nuestros coterráneos, en esa joya que es la ética y la falta que nos hace, esa poca consideración del otro con la que convivimos y que es parte de la crisis que atravesamos, porque no hay combustible, no hay dólares, ni buenos gobernantes, pero no hay valores, y eso es algo que sí que nos va a costar recuperar.