domingo, julio 7, 2024
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El día del autogol

Por La Prensa
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Estaba yo el anterior miércoles en la tarde tranquilamente contando los autogolpes, digo, autogoles de la Eurocopa, pensando cómo era posible ese suceso: ¡hubo más goles en propia meta que anotados por una sola de estas mega estrellas! Cuando en ese momento, comenzó a vibrar mi Guasáp. Llegaron montón de mensajitos, incluso de mis grupos silenciados, archivados y bloqueados. El de mi wife era el más enérgico: “¿DÓNDE ESTÁS??????”. Me puse a pensar qué había hecho ahora: ¿otra vez llevé cilantro en vez de perejil? ¿olvidé pagar la luz? ¿volví a dar su teléfono a los que venden cursos de inglés? Me llamó la atención que le haya puesto tantos signos de interrogación, y algo más inusual todavía, una apertura. Sospeché que no era nada bueno y decidí no contestar, para no hacerme reñir.

Yo estaba por la Colón, cerca de la sede del Tigre para ver si llegaba alguno de los refuerzos, y de repente comencé a sentir cierta agitación. Al parecer, algo ocurría en la Plaza Murillo. Como buen paceño de los que se paran a mirar como opas cuando algo está pasando, de los que se ponen a hacer fila sin preguntar para qué es, de los que van donde hay música fuerte esperando que le regalen algo, decidí ir a averiguar.

La plaza estaba cerrada, pero había mucha gente en los alrededores. Todos estaban filmando con sus celulares, por lo que pensé que había algún artista en concierto. Entonces decidí agarrar mi teléfono y, sosteniéndolo como un walkie-talkie, comencé a pedir a la gente que den campo por favor, diciendo “hagan espacio, ya va a llegar”, como si yo fuera uno de la avanzada de seguridad. Un hombre con rostro de duda se me acercó.

–¿Vos eres el que reparte las fichas? –me preguntó. –Pero obvio, respondí, con toda la seguridad del mundo. –Entonces pasá, dijo. La gente detrás de mí protestaba porque me habían dejado adelantar. –Anotame con 17, para todo mi piso. Me las das cuando esto acabe en la esquina de los Pollos Copa. –Listo, le dije, pensando que ahora tenía que inventarme unas fichas para repartir. Me di vuelta y me interné en la plaza, donde al parecer, realmente llegaba alguien muy famoso, porque estaba llena de uniformados: militares, policías, heladeros… la gente parecía excitada. Había ambiente de fiesta, se escuchaban petardos y buscapiques.

En ese momento, llegó el alcalde, con todo su séquito, su personal de seguridad, un par de “frutillitas” y varios camarógrafos. Dio un discurso muy altisonante ante las cámaras, me imagino que estaba descontento por la tardanza en la llegada del artista. Se dio la vuelta y todo su (salud) séquito lo comenzó a aplaudir. –Fueeerza Lorito… ¡digo, Negrito! –dijeron a coro, y se retiraron por una de las esquinas de la plaza.

Entonces giré hacia otra de las esquinas, y vi que entraba una tanqueta militar, así lenta y ceremoniosamente. Qué buena la organización, pensé, se consiguieron un tanque y todo. Pero el conductor… ¡un chacra! Así lentito, se fue a estrellar contra la puerta del Palacio Quemado. Lo peor es que el muy nabo seguía chocando la puerta. Estos del Tránsito, en serio le dan licencia a cualquier gil hoy en día.

Ahí apareció uno de los ministros más jóvenes y se acercó a otra de las tanquetas que estaban en la plaza. Tocó la ventana. “¡Bajá!”, gritó. “¡Bajá!”, repitió, subiendo el tono de voz. Yo dije listo, se cansaron de esperarlo al famoso y ahora va a salir a dar el concierto por las malas. Pero nadie bajó. Una falta de respeto que una autoridad te pida bajar y vos naranjas, te quedes haciéndote rogar. Me hizo recuerdo a cuando llegó Ricardo Montaner y se encerró cantando “Déjame llorar” en el baño de su habitación del Hotel Presidente, en una época en la que el famoso era él por cantar y no su familia por ser unos figuretis.

Entonces escuché los gritos de unas fans. Al fin, dije, llegó el cantante, pero no, ¡eran las fans del ministro! Lo saludaban con carteles, le mandaban besos y, como ya es una costumbre, le daban la espalda esperando poder hacer un Tik Tok con él de fondo. Ahí me cansé y dije ya fue. Comencé a bajar la Ayacucho en medio de los petardos, cuando justo comenzaron a gasificar. Una pena, dije, otro concierto más que se suspende en el país, otro espectáculo fallido. ¡Qué manera de hacernos autogoles!

Por: Martín Díaz Meave

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