El caso Odalys es una herida abierta en la sociedad boliviana. Hace nueve meses desapareció la joven. Hay cinco personas aprehendidas por este hecho, pero los investigadores han sido incapaces de revelar donde está. 

Tanto tiempo después de no ser encontrada, resulta lógico suponer que ha fallecido, aunque se debe determinar en qué condiciones y quién es el responsable de su deceso. Todo apunta a que Joel P., su enamorado, es el culpable, pero es preciso respetar el principio de presunción de inocencia que corresponde a toda persona, antes de que la única instancia autorizada para declarar su culpabilidad: un tribunal o un juez decidan su culpabilidad. 

Llama la atención, sin embargo, la incapacidad de los organismos estatales responsables de la investigación correspondiente. Poco a poco, salen a luz nuevos indicios, que parecen conducir a un callejón sin salida. Hay nuevos sospechosos, pero los responsables de averiguar la verdad de este hecho no encuentran forma de desentrañar el misterio. 

Mucho se ha especulado, pero pocas certidumbres quedan. Incluso, la topografía del lugar donde se produjo la desaparición es complicada. Es un monte ralo con profundas quebradas y barrancos, donde esconder su cuerpo sin vida puede resultar sencillo y ubicarlo, una tarea casi imposible. 

Mucho más aún si se considera que en el lugar hay gran cantidad de depredadores carnívoros, insectos y aves de rapiña que pueden acabar con un cadáver en algún tiempo. Tampoco será sencillo hallar una tumba, pues la vegetación ya debió cubrir el lugar, si es que lo hubo. Por ello, es necesario que los expertos interroguen con detalle y con pleno respeto a los derechos de los sospechosos en busca de lograr alguna pista que pueda conducir a encontrar a Odalys. 

Este caso no puede quedar como no resuelto. En momentos en que la colectividad exige poner freno a la violencia de género, es necesario que se dé una señal clara de que se quiere avanzar en procura de superar un problema social muy profundo.