No necesitamos un día específico para concienciar sobre la discapacidad, el calendario puede recordarnos por un día que tenemos que hablar o escribir sobre la discapacidad; condición que nos asusta cuando ni siquiera la reconocemos nuestra. La invisibilidad de la misma nos hace de nuevo, como cada año, meditar qué falta; qué se considera que entra dentro de los derechos humanos, si bien estos son los que nos igualan a todos.
Hablamos de discapacidad, para recordar y recordarnos, que falta mucho camino por recorrer aún para que todos seamos iguales. Es fácil ser autónomo cuando sales a la calle y puedes leer un cartel. Esa obviedad cuando ves te hace no percibir que los mensajes están dispuestos para ser leídos.
Ahora simularemos que habla un discapacitado:
Sigamos caminando y verás cómo las aceras, aún mal puestas, tienen obstáculos en mitad de un escenario, vivanderas y puestos de venta avasallan el espacio de las aceras. Voy en silla de ruedas. La persona que me empuja ve cómo no puede subirme porque son muy altas. Allí convergen desde patinetes a bicicletas, basura tirada.
Motocicletas o mesas de terrazas que ahora invaden toda la acera por la economía derivada de la covid-19.
Nadie se pregunta cuando deja tirado el cubo si una persona como yo, podrá pasar. Tampoco si es ciego, si se lo va a llevar por delante.
Qué sucede si nos subimos a un vehículo de transporte público. Desde el famoso, próxima parada, es verdad que hemos avanzado, pero aún en Bolivia y algunos países limítrofes no disponen de un servicio de audio descripción, ergo, no sabes cuándo debes bajarte. En los países donde existe este servicio, no funciona la pantalla y tú no oyes, como sólo puedes bajarte si lees, te aguantas y te buscas la vida; famosa frase donde las haya de los que nacen habiendo perdido derechos.
Alguno de los políticos que no pueden caminar, se dan cuenta de que existen barreras, muchas escaleras, aún no hay las suficientes rampas; que en la hostelería los servicios están en la planta de abajo y lamentablemente, muchos de ellos, los de “minusválidos” se destinan al cubo de basura grande. Para uno que viene no lo vamos a desaprovechar, dicen y se jactan.
Los padres hemos pedido; hemos suplicado; hemos hecho cualquier cosa que tenga que ver con el coraje, porque sin éste, no se puede continuar. Si nos hundimos nadie se salva y tener una discapacidad es haber nacido y saber desde el minuto uno, qué es la frustración, la queja y el lamento y, sobre todo, la inmensa soledad porque te tienes que enfrentar tarde o temprano con la vida.
Discriminaciones en el trabajo, abandono de los amigos que ya no te llaman porque tienen que encargarse de ti; soledad de soledades cuando en tu pequeño universo, reconstruyes pieza a pieza quién eras antes de haber perdido.
Sería ideal que los que hablan de derechos sociales, se plantearan alguna vez estas consideraciones después de haber conocido este camino. Todos, sin dejar uno, conoceremos la discapacidad; lo que sucede, es que aún, no lo sabemos. Todos los que están en esa condición, se reconocen a la lejanía, porque tienen el lenguaje común de la falta de inclusión, de accesibilidad y, sobre todo, de respeto y amor por el prójimo. Hoy puede ser tu hijo, mañana el mío, pero también podemos ser tú y yo. Todos necesitamos de todos, y aún, no tomamos plena conciencia.
Valiosas vidas son aquéllas de las personas con discapacidad que se reinventan cada día porque no hay plan alternativo y, sobre todo, porque valoran hasta un rayo de sol que aparezca en su limitada vida.