Estaba yo tranquilamente paseando por El Prado para comprarme un nuevo set de barbijos, por esto de que respirar y todo eso, se ha vuelto todo un lujo, cuando leí en la edición de LA PRENSA del lunes que después de casi tres meses, muchos ruegos de organizaciones ambientales, miles de especies afectadas y diez millones de hectáreas afectadas, nuestros iluminados líderes habían decretado “desastre nacional” por los incendios. La declaratoria venía en un decreto supremo, acompañada de una serie de decisiones vinculantes que facilitarán la llegada de ayuda para apagar los más de 8 mil focos de calor aún activos al momento de escribir estas líneas.

La verdad es que siempre me han dicho que hay que ser agradecido, pero en este caso no sabía si blanquear los ojos diciendo “al fin” o simplemente decir “¡de nada!”, cuando los que propiciaron los incendios aprobando las famosas “leyes incendiarias” son los mismos que, simulando resignación, dicen que van a declarar el desastre. 

Como de todas maneras me tenía que cortar el cabello, me fui a hablar con mi peluquera, la Tere, que me hace el mismo corte desde 1985. La Tere se entera de todo y es la gestora de la “red social” de mi barrio. Además, es la gran terapeuta de la zona, ya que hombres y mujeres le cuentan sus penas cuando van a arreglarse el cabello y las uñas, y ella los escucha y de vez en cuando les lanza perlas de sabiduría. Llegué a su salón de belleza (los feos le decimos solo peluquería, porque entendemos que ya no hay remedio) y me hizo sentar en su silla, que no renovaba desde que pasaban los Transformers en las tardes del canal 9, después del almuerzo y justo antes del té.

–Tere querida, debes encontrar harto humo en los cabellos de tus clientes estos días. Y seguro no es solo de los incendios, sino que todo el mundo está con su cabeza hirviendo contra los que sabemos.

–Ay, si supieras. Además, vos sabes que vienen las personas a cortarse el cabello cuando están “cerrando ciclos”. Cuando terminan con una pareja, cuando cambian de trabajo, o se enfrentan a un gran cambio en su vida. 

–¿En serio? Yo con los dos cabellos locos que tengo, digamos que no me da para el cambio…

–No se trata de tener harto cabello. Es la clásica, cerrar ciclos y buscar verse lo mejor posible, para enfrentar todo lo que venga con un nuevo look.

Desde donde vivo, la ciudad se ve casi siempre despejada y el humo se había hecho sentir como una cortina de esas viejas y sucias que se quedan abandonadas en una casa, tanto que cuando uno va a sacudirlas, todo el ambiente se llena de polvo y suciedad. Me da pena pensar que ese humo que estamos respirando no es eso, sino las cenizas de plantas y animalitos de nuestros bosques. Pero esto, claro, no es un desastre natural, los culpables son quienes, desde los ámbitos público y privado, han negociado esas quemas para beneficio de unos cuántos bolsillos.
–¿Entonces vos dices que estamos llegando a un cierre de ciclo, Tere? ¿Cómo le podríamos hacer un “extreme makeover” al país?

–A estas alturas, mejor nos queda hacerle una rutucha: los que están en la cabeza ya no hay cómo peinarlos, ni darles una igualada. Hay que cortar muru, como rodilla de señora, y que todo vuelva a crecer.

La Tere me dejó con los costados al ras y más que cortarme el cabello, siento que me hizo masaje en las raíces para hacerme pensar. Así nomás es, nos acercamos a un fin de ciclo, uno largo y con una extensión innecesaria, después de un absoluto desastre nacional, no de tres meses, sino de 18 años. Así que vamos poniendo las barbas en remojo.