En este mismo instante en el que usted está leyendo estas líneas, las llamas avanzan y continúan devorando hectáreas y hectáreas de bosque en los departamentos de Santa Cruz, Beni, Pando y parte de La Paz. El Observatorio del Bosque Seco Chiquitano de la Fundación de Conservación del Bosque Chiquitano reporta que los municipios con mayor área afectada por focos de calor activos y que se encuentran en emergencia están en Santa Cruz: San Matías, San Rafael, San Ignacio, Urubichá, Concepción y Ascensión de Guarayos.
Después de tres meses de incendios, recién se ha declarado Desastre Nacional, lo que sobre todo sirve para que, de manera urgente, las entidades públicas de todos los niveles del Estado asignen presupuesto para la atención inmediata de los sectores afectados. En estos días, el presidente, ministros y asambleístas se trasladarán para atender y “apagar” el fuego: ¿por qué tan tarde?
En las ciudades, la gente se está movilizando por medio de marchas para hacer escuchar su voz, reclamando la abrogación de leyes incendiarias. Dos motivos esenciales mueven a la ciudadanía a salir en protesta: 1) la concientización ambientalista, sobre todo en una generación joven que tiene mucho más interiorizada la importancia de cuidar y preservar el medio ambiente; 2) las consecuencias de los incendios en las ciudades como Cochabamba, La Paz, El Alto, Sucre, entre otras, que se ven afectadas por la humareda, la cual nos ha hecho caer en cuenta de la magnitud del desastre.
No podemos imaginarnos la situación por la que está atravesando la población que vive en las áreas devastadas: hábitat contaminado, fuentes de agua envenenadas, flora y fauna arrasadas, la ceniza y el humo que afectan pulmones y ojos, y enfermedades que atacan a niños y adultos. Un panorama gris por el humo y desolador por todo lo que implica para la gente y sus condiciones de vida.
Como cada año, el fuego arrasa en las tierras bajas del país. Año tras año, llega cada vez más temprano y destruye miles de hectáreas. Cada año sucede lo mismo: los focos de calor hacen de las suyas en uno u otro punto de la Amazonía, el Oriente y el Chaco. En el desastre de 2019 se quemaron 5,3 millones de hectáreas; el año pasado llegamos a 3,3 millones, y este año estamos rondando los 4 millones de hectáreas que han ardido. Al parecer, cada año ya nos parece natural que lleguen los meses de quema, incendios y humo, y cada año toca hacer la contabilidad de las hectáreas quemadas, que solo nos suenan a números. Detrás de las cifras se encuentran la afectación en la salud y la pérdida del hábitat para la población indígena que circunda los incendios, la devastación de un sinfín de especies de animales y vegetación cuyo repoblamiento toma décadas. Como cada año, una u otra reserva natural o parque es afectado. Hoy en día le tocó al Valle de Tucabaca, Otuquis y Choré.
Como cada año, el fuego se ha convertido en un medio para destruir rápidamente los bosques con la finalidad de expandir la frontera agrícola en beneficio de las grandes y medianas empresas. Por tanto, el costo ecológico y social que se produce es irremediable. El karma que persigue a la cada vez menos exuberante Amazonía y a la Chiquitanía del país es un paquete de leyes ecocidas y un modelo de desarrollo basado en la agroindustria.
Los que estamos a cientos de kilómetros de los incendios sentimos que poco podemos hacer: marchar en protesta, donar vituallas para los valientes bomberos y bomberas que luchan con las llamas, donar dinero en efectivo para provisiones que lleguen a la población afectada. Y sí, hay que hacerlo. Sin embargo, debemos tener presente que son grandes y medianos empresarios, con nombres y apellidos concretos, quienes prendieron fuego con el permiso de una u otra ley. O sea, cada año el fuego, la humareda y la devastación que se producen no son azarosas, sino que son ocasionadas por intereses económicos de grupos de poder particulares y ecocidas que, en complicidad con el gobierno de turno, afectan el bien común.
En la efeméride de Cochabamba no hay mucho que celebrar, y si ese día quiere salir, no olvide llevar colirio y barbijo, pues este año, no brilla el sol de septiembre.