Estaba yo tranquilamente haciéndome lavados de fosas nasales para poder respirar y mentando hasta su novena generación a los asambleístas que votaron en contra de la abrogación de las leyes incendiarias, venciendo a la faringitis que me llegó cortesía de las quemas de los “hermanos” que no se sabe de qué van a vivir si no se dedican a incendiar nuestros pulmones, cuando me llamó mi amigo el Gon para tomar un café. El Gon es cuate desde la infancia, y como dicho periodo es ya tan lejano, él no manda mensajes: como buen representante de la gran generación X, él usa el celular para llamar. Nada de stickers, stories, audios de 8 minutos, ni opadas: él usa el teléfono para lo que fue inventado, abre la app con el auricular verde, busca un contacto y llama. Todo un rebelde de esta época. Como los que todavía manejamos con caja manual, le decimos Radisson al hotel al que nuestros papás le llamaban “Sheratón” (que ya no es ni lo uno ni lo otro), o nos acordamos que el número para llamar y pedir temitas en la Stereo 97 era el 329826. Tampoco llegamos al extremo, como nuestros papás, de seguir diciéndole “la Power” a la esquina de la Mariscal Sta. Cruz y Loayza, pero nos acordamos que las verbenas julias se hacían en el Hamburgón y las Alasitas en la Tejada Sorzano.  

La canción del Gon es “She’s gone” de Steelheart (¿se entiende, no?). Con él siempre nos citamos en algún café para pasarnos audios con gemidos, hablar mal del gobierno, comentar la última buena serie, o acordarnos de otros amigos que ya están calvos, canosos, divorciados o condenados al Omeprazol.

–Cómo es reina.

–Qué me dices reinita, ¿me has extrañado?

(Aclaración necesaria: los motivos por los que nos decimos “reina” el uno al otro son curiosos de explicar. En todo caso, cuando dos cincuentones se encuentran y saludan así, es interesante sondear las caras de los giles que nos miran sacados de onda).

–¿Qué has dicho de tu ex presidente?

–El tuyo será pues.

–Le dicen coqueluche, porque es un peligro para menores. Pero parece que al fin lo van a enjuiciar. 

–Ya… pero dice que tiene 200 abogados lo van a defender gratis.

–Espero que ninguno de esos abogados tenga hijas.

–Pero a vos, ¿no te parece una barbaridad que no le pueda caer todo el peso de la ley a alguien por ESE delito, uno de los más escabrosos hasta de ser nombrados? ¿Cómo puede alguien acumular tanto poder como para gambetear a la justicia de esa manera?

–Es fácil cuando vos has armado todo a tu gusto. Acordate que nos han hecho creer que con unas “elecciones judiciales”, la justicia iba a ser una maravilla, cuando todos los candidatos eran más azules que el antiguo short del Bolívar, y juraban al cargo haciendo su saludito de gato de la suerte buscando su axila. 

Ahí nos reímos, recordando que el sabio pueblo intervino esas últimas “elecciones” de jueces serviles al poder de turno llenando de memes la papeleta electoral, después de que no se quiso reconocer los resultados del referéndum del 21F.

–¿Y qué dices de tu fiscal? Borracho en el aeropuerto de Lima.

–¡No se espera nada de ellos, pero igual logran decepcionarnos!

–¿Te acuerdas que en una época, por menos que eso, se te pedía la renuncia irrevocable?

–¡Jah! Imaginate si ahora cualquiera de éstos va a renunciar a la mamadera del poder.

–Parece que en lugar de nuevas generaciones, hubiéramos asistido al alumbramiento de nuevas degeneraciones de políticos. Y no, no renuncian porque les da miedo volver a ser ciudadanos de a pie: tomar transporte público, llegar temprano, marcar tarjeta, declarar tu formulario 110, andar siempre con mínimo 3 fotocopias de carnet…

Así, nos quedamos impresionados de que la crisis por la que estamos atravesando no sea solo económica y política: en nuestro periodo de vida, es la peor crisis moral que hemos visto y sentido en nuestro país. Y ojo que muy jóvenes no somos.