Desde mediados de 2023 a la fecha, los bolivianos vivimos a diario presiones mediáticas que nos llevan a revisar nuestros bolsillos y comprobar que la divisa norteamericana de la misma manera que lo hizo el tomate hace tres meses, paulatinamente desapareció del mercado y se disparó su precio.

Analizaré de qué manera factores como la dependencia de exportaciones de materias primas, políticas monetarias restrictivas y la intervención de la banca comercial han contribuido a la crisis, llegando a finales de julio con la imperiosa necesidad de contar con políticas para una recuperación sostenible.

Haciendo un poco de historia, Bolivia ha disfrutado de periodos de crecimiento económico sustentado, principalmente, por altos ingresos provenientes de la exportación de gas natural y minerales. Sin embargo, este modelo ha mostrado su vulnerabilidad frente a choques externos, como la caída de precios globales. Esta dependencia ha llevado a desequilibrios cuando los ingresos han disminuido, sin que haya habido una diversificación económica adecuada para compensar estos shocks.

En respuesta a la disminución de ingresos, el gobierno boliviano ha mantenido un alto nivel de gasto público para sostener la economía. Esta política ha sido sostenible mientras las reservas de divisas eran abundantes, pero se ha vuelto insostenible a medida que estas reservas se han agotado. El uso continuo de reservas para mantener el tipo de cambio y financiar déficits ha debilitado la posición fiscal y cambiaria del país.

Por otro lado, La banca comercial ha jugado un papel ambiguo en la crisis cambiaria. Por un lado, ha sido acusada de especular en el mercado paralelo de dólares, exacerbando la volatilidad del tipo de cambio. Por otro lado, las regulaciones impuestas por el Banco Central han limitado su capacidad para ofrecer servicios cambiarios eficientes, lo que ha fomentado un mercado negro robusto y menos transparente.

Las restricciones al acceso de divisas impuestas por el Banco Central, destinadas a controlar la salida de dólares y estabilizar la moneda, han tenido el efecto contrario en el largo plazo. Estas medidas han restringido severamente la liquidez en el mercado, dificultando las operaciones de importadores y otros actores económicos que dependen del acceso a divisas.

La escasez de dólares ha llevado a un incremento en el precio de bienes importados, incluyendo medicamentos y alimentos básicos, lo que ha provocado un aumento generalizado en el costo de vida y una erosión del poder adquisitivo de los bolivianos.

Ante las dificultades económicas se ha generado descontento social, manifestado en protestas y demandas de políticas más efectivas para manejar la crisis. La percepción de inacción o incapacidad del gobierno para abordar los problemas subyacentes ha exacerbado las tensiones políticas y sociales.

El Gobierno de Arce en el largo plazo para debería centrarse en la diversificación económica, reduciendo la dependencia de las exportaciones de materias primas y desarrollando sectores como la agricultura, la manufactura y el turismo, que pueden generar ingresos en moneda extranjera de manera más estable y sostenible.

Además, es crucial revisar las políticas monetarias para facilitar un acceso más equitativo y eficiente a las divisas. Esto incluye regular de manera más efectiva las actividades bancarias relacionadas con el mercado de divisas, para reducir la especulación y mejorar la transparencia del mercado.

La crisis cambiaria de Bolivia es un llamado a la acción para reevaluar y reformar las políticas económicas y financieras. Solo a través de una combinación de medidas prudentes y estratégicas, el país podrá superar los desafíos actuales y asegurar un futuro económico más estable y próspero para todos sus ciudadanos, sino que opciones más nos quedan.

Por: Enrique Alfonso Miranda