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“Vengo acumulando muchas dudas sobre el contenido de esta especie de testamento que tantas veces me han inducido a publicar; he decidido finalmente hacerlo. Me dicen: tiene el deber de terminarlo, la gente joven está desesperanzada, ansiosa y cree en usted, no puede defraudarlos… Sí, escribo esto sobre todo para que los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o simplemente, esterillado sillas. Quizás ayude a encontrar un sentido de trascendencia en este mundo plagado de horrores, de traiciones, de envidias; desamparos, torturas y genocidios. Pero también de pájaros, que levantan mi ánimo cuando oigo sus cantos, de los héroes anónimos que nos demuestran que no todo es miserable, sórdido y sucio en esta vida…”. Este pensar inicia el texto que Ernesto Sábato publicara en 1998 con el nombre de Antes del fin. “No quiero morirme sin decirles estas palabras” les dice Sábato a los jóvenes. Sus frases encierran un grito, a momentos desesperado, pero siempre profundamente reflexivo: hay que hacer algo para salvar el mundo de la barbarie, la desolación, la soledad, el desarraigo y el capitalismo indolente. “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria. Hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”.
En el transitar entre el momento de la vida y aquel que marca el fin, señalado por la muerte, el hombre presencia incalculables inicios y finales, algunos imaginados y creados en el empezar o concluir, y otros, los más tal vez, insospechados en su extensión y formas de acabar, son los ciclos de la vida misma, que se trasladan o reflejan en todas las actividades por donde mujeres y hombres enclavan su pisada. La idea de un tiempo perpetuo, interminable, sería un absurdo. “La vida es un breve periodo de existencia que navega entre dos grandes inexistencias” se ha escrito. No es entonces para nada obvio que el tiempo transcurra. Iniciamos algo imaginando que en el fin podremos dejar unas anotaciones de lo aprendido, y que al exponerlas dejarán espacio para que alguien las recoja y con su mejorada reflexión afinarlas necesariamente.
Antes del principio y después del fin qué, me pregunto constantemente. De seguro que en el tiempo de reflexión que llega encontraré las respuestas, aunque un listado numeroso de ellas ya se han puesto delante mío. Hoy de lo aprendido en este discurrir de los últimos tres años y medio de mi vida, tengo intención de marcar, públicamente, algunas conclusiones iniciales para ayudar aún, a que se comprenda la importancia de disociar lo profundo de lo superficial. Las iré listando y detallando para dejar esclarecida la importancia de todas y cada una de ellas:
- Entendí que las sociedades no pueden comprenderse por medio de un número. La complejidad de los acontecimientos que hoy signan la vida de los bolivianos en sociedad no está representada por una estadística referencial y menos por un número. Antes que eso prevalece la pregunta: ¿por qué ocurre aquello y por qué hacemos lo que hacemos como sociedad, Estado y gobierno? Está también la otra pregunta imprescindible de ¿qué nos determina y qué nos moviliza? De forma solapada se gobierna, desde hace tantas décadas, con un marcado desinterés del sentir diario de la sociedad, como si afuera de los espacios de decisión, oficiales, opositores y privados, importara nada el destino y las esperanzas de esos miles que bullen por las calles y que es la gente a la que refieren para salvar una repentina interpelación conciencial.
- Los grupos de adulones tienen una rareza que los caracteriza: son extraordinariamente rápidos para florecer y su velocidad es absolutamente proporcional al daño que producen. Cercan a los decisores, los desconectan de la realidad y los mantienen anestesiados mientras ellos estrujan su espacio de poder. Entonces acá la reflexión, cuando todo resuena a crisis, a dificultades que no desaparecen, a complejidad y sensaciones de fracaso, es el momento de andar y caminar entre la gente, lejos de los comensales de la mesa chica. Pegarse al hombre y mujer de la calle, hablar con algún jubilado, conversar con los jóvenes, mirar los rostros de aquellos que si no entienden qué pasa sí viven lo que sucede. Si quieres encontrarte no te separes de la gente, podría aconsejar. Hasta tal vez, como dicen, incluso te es permitido alejarte de los libros circunstancialmente, pero no te pierdas de la mujer que subsiste y del hombre que llega a casa con las manos vacías después de buscar trabajo. Observa y pregúntate el porqué de la angustia en los ojos de la gente.
- Los dogmas tienen siempre el mismo final. El dogmático, en lo poco que conoce y sabe cae preso de una rigidez que lo conduce a la obcecación, cautivo de dos ideas solo divisa en su paisaje político lo blanco o lo negro, el amigo o el enemigo, el mercado o el estatismo. Un maniqueísmo envenenado que encorseta su actuar y al Estado en la imposibilidad de explotar el arte de la política: construir dialogando, dialogando para adaptar. Una frase muy borgiana advertía hace décadas: “solo los muertos y los tontos no cambian”. La infalibilidad y la arrogancia no guardan proporción con las lógicas societales que van mutando y modificando las realidades.
- La democracia polarizada de hoy debe dejar de lado los apellidos que la desvalorizan sostenidamente -liberal, popular, capitalista, burguesa- para construir con perseverancia inagotable la democracia que iguala los derechos, las participaciones y la representación. Este es un camino valedero para que los poderes fácticos, económicos y las dirigencias eternas no puedan anquilosarse en el poder político generando marginalidades de siempre.
- La democracia más fuerte es una democracia de diálogos y acuerdos entre quienes representan la diversidad de una sociedad plural y de distintos. La construcción de consensos asume un nuevo significante: hoy se comprende como gobernabilidad. El número de asambleístas preciso y necesario, entendiendo que quien lo tiene gobierna plácidamente y quien lo carece lo sufre de forma angustiante, es la instauración de la lógica de extorsiones y boicots. La plurinacionalidad debe expresarse ahora en una democracia de voces diversas, capaces de construir una convivencia pacífica entre bolivianas y bolivianos que van cambiando de forma permanente siendo la diversidad su esencia. Dialogar, concertar y acordar es el camino que requerimos con urgencia inmediata.
- La economía posible para el tiempo venidero y para solventar el mal momento por muchos señalado, está en la reconducción y perfeccionamiento del modelo económico. Será permitido avanzar en un gran consenso nacional si pensamos en la necesaria asociación de mercado y regulaciones imprescindibles, empresas privadas y empresas nacionales estratégicas, seriedad fiscal y macroeconómica y reformas institucionales profundas en la organización del Estado. No es posible dialogar cuando te hablan desde la superioridad simplificadora. La economía de hoy es un mapa con rumbo necesario, una economía participativa y complementaria. De incentivos y entre todos.
La dicotomía estatismo y mercadismo está agotada. Se trasformado en un debate sin fin, inconducente hacia la prosperidad y convivencia aceptable. Entre ambos modelos en disputa, emerge hoy, el tercer y principal protagonista que los va a desplazar en importancia: la sociedad, que exige, necesita y demanda condiciones dignas tanto como colectivo y propias de su condición humana. Eso, simplemente eso, es lo que hace y define a alguien como socialista. No el mercado, no el estatismo.
Antes del fin ya próximo, mirar con calmo asombro cómo cada día una crisis, cada día alguien buscando el colapso absoluto. Frente a ello, no es que existan caminos varios, solo uno, enfrentar todo con firmeza, cada situación grave, una detrás de otra, nunca comprometiendo los principios, sino valiéndose de ellos. Afirmándose en las palabras y los hechos, que ellos demuestren templanza y decencia, esa que en tiempos difíciles no debe desaparecer.
Por: Jorge Richter Ramírez