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Hasta el estallido de la pandemia por el Covid-19 (2020), las sopas de fideo eran el plato tradicional ofrecido en inmediaciones de unidades educativas. Suculento y económico, era uno de los preferidos por los estudiantes, pero como producto de la cuarentena, las clases se impartieron por internet y las vendedoras se vieron obligadas a buscar nuevos mercados y clientes.

“Ya no había trabajo y había que seguir generando dinero para mantener a la familia. Como en los colegios ya no había venta salimos a diferentes calles del centro. Ahí ambulamos para vender, no se gana mucho, pero nos alcanza para vivir”, relató Maruja Guzmán, experta en elaborar las sopitas de fideo.

Cada noche empuja su carrito metálico de dos ruedas, en el que acomoda una olla de aluminio en la que lleva la comida, envuelta con frazadas y plásticos para mantenerla caliente.

Vive en Achachicala y cada día hace un “viaje”, de casi una hora, hasta el centro paceño para vender este platillo, que ya se ha convertido en una tradición nocturna en la ciudad.

“Vendo hasta 20 platos por noche, a veces más, pero hay días que se vende solo 10 platos. Mis hijos me ayudan, ya van a ser más de siete meses que ambulo, no hay dinero y hay que mantener a la familia”, indicó.

Después de ofrecer su especialidad gastronómica, la mujer se enfermó durante la pandemia, sobrevivió al virus y decidió volver a su actividad habitual. Heredó de su madre la sazón al cocinar las “sopas de fideo”, que ahora vende cerca de la Facultad de Ingeniería de la UMSA, en El Obelisco.

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El platillo consiste en fideo cocido, rebosado con maní molido, condimentado con especias, que cada cocinera maneja como su “secreto profesional” culinario.

Se trata de una comida accesible, pues sus precios oscilan de cinco a ocho bolivianos, pues el plato más sencillo y económico consta de fideo y carne machucada, conocida como “silpancho”, además de una porción de infaltable llajua.

Sin embargo, ante el exigente paladar de los paceños, las “caseras” optaron por brindar mayor variedad, pues ahora el fideo puede ir acompañado con huevo frito o duro, salchichas, milanesa de res, pollo frito o al horno, que son “los más caros del menú”, que cuestan entre siete y ocho bolivianos.

Después de la pandemia, esta actividad ha proliferado sobre todo en el centro paceño, donde mujeres — en su mayoría— deambulan con sus carritos de dos ruedas, siempre atentas para que la Guardia Municipal no les decomise ni las ollas ni la comida.

“Comenzamos a vender tarde para que no nos quiten nuestras cosas, nos dicen que está prohibido, pero solo queremos llevar el pan a nuestras casas. Vendemos por necesidad, porque ahora el dinero ya no alcanza para nada”, relató Jenny Quispe, de 28 años, quien carga a su hijo de cinco años, y vende su producción culinaria.

La oferta debe ser variada, pues los comensales siempre quieren cosas diferentes. “Los estudiantes prefieren el silpancho, eso les gusta, pero hay gente que sale de sus trabajos y busca pollo o milanesas, es algo que depende del bolsillo de la gente”, dijo.

En el día, Quispe trabaja junto a su esposo en una empresa de limpieza. Perciben el salario mínimo y el dinero no les alcanza para mantener a sus dos pequeños hijos, a quienes quieren darles las mejores condiciones posibles para su vida y su futuro.

María Mamani se dedica a esta actividad comercial desde hace un año. Su nuera es quien cocina y ella le ayuda a vender, cerca de la plaza San Francisco. “Al principio vendía 50 platos, ahora ha mejorado un poco, pero hay mucha competencia porque hay oferta en todo lugar. Vendo con mi hijo y mi nuera”, indicó.

Por: Luis Mealla