Hace 92 años, el 9 de septiembre de 1932 comenzaba a escribirse una de las páginas más gloriosas en la historia militar del mundo: la defensa de Boquerón. Durante tres semanas, alrededor de 600 soldados bolivianos, bajo el mando del coronel Manuel Marzana Oroza, resistieron durante 23 días el embate de más de 15 mil efectivos paraguayos.
Fue el inicio de la Guerra del Chaco, a la que el destacado escritor y periodista Augusto Céspedes calificó de estúpida, mientras que en su brillante ensayo titulado El despertar de la conciencia nacional, el intelectual René Zavaleta Mercado afirmó que fue una confrontación de soldados desnudos.
Desde aquel 9 de septiembre de hace más de nueve décadas, las fuerzas dirigidas por José Félix Estigarribia se lanzaron al ataque sobre un fortín, cuya defensa ha pasado a la historia como de los actos de mayor heroicidad en la historia bélica mundial y correspondió a Marzana Oroza la conducción de ese puñado de valientes que, sin refuerzos ni comando —como dice la letra del popular huayño—, aguantaron a sangre y fuego todo lo que pudieron y causaron alrededor de 5.000 bajas al enemigo, mientras los bolivianos debieron enterrar a 160 de sus camaradas.
Cuando las fuerzas paraguayas ingresaron al fuerte, no podían dar crédito a lo que veían, un puñado de hombres harapientos habían impedido durante tanto tiempo su avance y le habían causado tantas bajas mortales y heridos.
El entonces presidente Daniel Salamanca había ordenado a los jefes militares en campaña que se “comunique al comandante del destacamento, coronel Manuel Marzana, que, en ningún caso, bajo ningún pretexto, el fortín Boquerón debe ser abandonado, manteniéndose las tropas hasta perder al último soldado”.
Desde la comodidad de su despacho, el Mandatario no podía siquiera imaginar los padecimientos de esos héroes, obligados a combatir, con apenas agua y alimentos racionados, bajo temperaturas superiores a los 40 grados, solos y abandonados.
Salamanca pasó a la historia como el presidente que empujó a una generación de bolivianos a combatir con un enemigo al que no se odiaba. Fue destituido del cargo en plena guerra, cuando se produjo el llamado “Corralito de Villa Montes” y se vio obligado a renunciar.