Gracias a la generosidad del periódico destinatario de esta narración verídica, puedo relatar  a los lectores los eventos que viví motivados por la invasión de la entonces URSS a Checoslovaquia, el 21 de agosto de 1.968.

No era extraño que muchos estudiantes de la Universidad Ludwigsmaximilian Universitaet de Múnich, tanto extranjeros como alemanes, asumiéramos la costumbre de visitar Praga con relativa frecuencia, atraídos en primera instancia por el cambio de moneda que era muy preferente cuando se disponía de marcos alemanes, empero, lo principal era la posibilidad de asistir a teatros, comprar libros buenos y muy baratos, disfrutar del Ballet Bolshoi, que actuaba regularmente en Praga y comer y hospedarse estupendamente a precios bajísimos. Era un tácito desahogo a la presión del estudio, las exigencias de vida en Alemania y la no disponibilidad de dinero para estos placeres, que era una constante.

En una de esa oportunidades, decidimos un estudiante de teología, su novia, mi enamorada y yo, pasar unos días en Praga, y fui yo precisamente quién convenció a los alemanes a visitar Praga pues yo estuve en ese hermoso país meses atrás, y partimos justamente en un 20 de agosto de 1.968, llegamos al ocaso del día y nos hospedamos; cenamos opíparamente como lo hacen los estudiantes que registran apetito atrasado. Luego nos dispusimos a descansar. Estando en mi habitación llamé a un estudiante boliviano que vivía en Praga para saludarlo y comunicarle que estaba en la ciudad acompañado de tres alemanes invitándolo a desayunar al día siguiente.

Pero no hubo día siguiente para cumplir ese deseo de cortesía; eran las tres de la mañana y me despierta el teléfono del hospedaje comunicándome con mi amigo y me dice “no te asustes, estamos siendo invadidos por aire y por tierra por los rusos, simplemente sal a tu ventana y percibirás un inusitado tráfico aéreo”. Quedé petrificado y le dije que retornaríamos inmediatamente temprano en la mañana pues me sentía responsable por mis amigos alemanes. Las horas siguientes las pasé en cama sin dormir y esperando sean las seis de la mañana; desperté a mis amigos y los convoqué al desayuno a las siete.

Nos encontramos puntualmente en el comedor del hotel a la hora señalada y con excelsa cautela y escogiendo los vocablos comuniqué lo sucedido. Les dije que retornaríamos inmediatamente después del desayuno, nos acomodamos en el automóvil de mi amigo teólogo y como yo conducía me dirigí al puente de Carlos para enfilar a la carretera que nos devolvería a Alemania. El puente estaba bloqueado por tanques rusos y pedían papeles a todo cristiano;  bajé del automóvil y con los documentos de todos me aproximé a un oficial ruso dirigiéndome a él en alemán; me dijo “ yo entiendo alemán estuve preso por los alemanes”, continuó examinando los documentos y al ver mi pasaporte boliviano y tres alemanes y me espetó: “ que haces aquí tan lejos de tu tierra”, le contesté que estudiaba en Alemania y que vine a Praga con tres estudiantes de nuestra universidad para visitar Praga.

En ese momento un coche de turistas japoneses que quería pasar abruptamente con sus pasajeros irritados por los acontecimientos y vociferando contra los rusos fue fácil inferir que eran severas imprecaciones, fue embestido por un tanque y los ocupantes apenas tuvieron tiempo de abandonar el coche, luego el tanque completó su labor pasando por encima y reduciéndolo a chatarra. 

Al contemplar este acto violento el nerviosismo sobrepujó nuestra calma y educación, pero yo seguí conversando con el oficial contándole que yo estudiaba en Alemania por las ventajas que me concedieron y le rogaba que nos dejara pasar. Yo era responsable del coche y los ocupantes, lo traté con exquisita educación dominando mis nervios exaltados al límite; pensó un momento y dio una orden a un soldado ruso con un estruendoso grito en su idioma que, para nosotros era una angustiosa interrogante, dedujimos que le dijo que retire los tanques y permita pasar a nuestro auto, y así fue, me dijo en alemán “vuelve directamente a la frontera alemana, pues la invasión continuará”.

Le agradecí expresivamente y le obsequié un monolito de madera que disimuladamente lo desprendí del llavero del auto, me agradeció y dijo “¿Recuerdo de Bolivia?, respondí sí y me despedí dándole un apretón de manos, volví al auto empapado en transpiración y emprendí por el puente de Carlos rumbo a la frontera.

¡Cómo somos de irresponsables los jóvenes!, después de pasar el descomunal susto y estando en el camino a la frontera la ciudad de Pilsen, cuna de la cerveza, sugerí parar y tomar la mejor cerveza para distensionarnos, mis amigos alemanes asintieron, pausa que ayudó enormemente para retomar la tranquilidad y evaluar la tragedia del pueblo checoslovaco; mientras estábamos en la cervecería más antigua del mundo, no podíamos ordenar nuestra imaginación al haber visto instantes antes en la realidad avanzando kilómetros, cómo aviones inmensos arrojaban equipo pesado de guerra, camiones, jeeps y paracaidistas que, en escasos minutos ya estaban en movimiento de avance, invadiendo campos sembrados y pequeñas poblaciones.

Lo que me hicieron notar mis amigos mientras yo dialogaba con el oficial ruso, es que la novia de mi amigo teólogo obturaba sin cesar y disimuladamente el botón de su cámara fotográfica; hoy esas fotos son históricas. Llegamos a la frontera y como era el último coche con matrícula alemana que esperaban saliera de territorio checoslovaco, aguardaban reporteros de radio y televisión alemanes; allí se lucieron las damas pues después de zozobra y llanto contenido en el auto describieron lo sucedido con prolijidad de detalles.

Llegamos a la casa de estudiantes (Studentenheim), donde vivíamos y fuimos recibidos con alegría  ya  que todos nos habían visto en la televisión.